Han ido adquiriendo corporeidad a lo largo de los últimos siete años. Por eso, quien los moldeó con el barro de su verbo se refiere a ellos con ternura, hasta el extremo de que en cada sabatina les envía tiernos besitos volados en la certeza de que, en su masoquista padecimiento, no se despegan del televisor durante las tres horas largas que dedica a recitar su monólogo.
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