Unos lectores me preguntaron por qué hablo tan a menudo de la muerte. Por la misma razón que hablaría de la noche para exaltar el día, del invierno para encender la primavera, hablo de la muerte para ensalzar la vida: “Si el grano de trigo no muere, no dará frutos”; la frase no es nueva. Vivir es desmontarse del potro al final de la jornada, pirrarse por unos dulces, sean lo que fuesen, golosinas, poemas, vinos, ideales, un adagio de Mahler, un desnudo de Praxíteles.
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