Teniendo que someterme por prescripción de mi cardiólogo a una dieta estricta empecé a sumar calorías sin poder rebasar las mil doscientas diarias. Aquello supuso una ruda disciplina, tomé interés en la prueba, pronto se me hizo costumbre. Decidí entonces calcular lo que llamé las calorías del alma, pues si podía saber con exactitud la cantidad de energía con la que llenaba mi envoltura también podría sumar lo positivo, restar lo negativo de mis diarias vivencias.
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