Puedo entender el desasosiego y el desconcierto que invaden al paciente (y a su familia) a quien se le comunica que padece de una enfermedad neurológica degenerativa. Que una enfermedad sea degenerativa implica una condena: irreversibilidad e incurabilidad. La vida y las proyecciones hechas sobre ella cambian en ese preciso momento. La angustia y la incertidumbre toman fuerza y, aunque sea distinto en cada persona, empieza el lento proceso de aceptación del diagnóstico.
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