A los 8, 9 años fui betunero y trabajé en Guayaquil en las inmediaciones de la Corte betunando. Escuchaba a abogados saludarse con colegas en los pasillos judiciales y eso se me grabó en la mente, a tal punto que yo me llamaba con otros amigos betuneros “colega”.
Una vez pasaba por las calles Manabí y Chile y una señora me llamó por una ventana para que subiera a limpiar un par de zapatos, mi sorpresa fue ver a un señor sentado en el piso rodeado de unos cien libros, tiempo después supe que era Joaquín Gallegos Lara.
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