Caminar por la calle Nicanor Merchán, desde la Avenida de las Américas hasta la Héroes de Verdeloma, siempre fue una especie de alucinación: del lado izquierdo, un sórdido edificio de tres pisos, ventanales con grandes barrotes de hierro y cubierta interior de madera, acogía a quienes habían infringido la ley. En nuestro imaginario de niños de los años setenta, nunca fuimos capaces de dibujar los rostros de aquellos que nos gritaban por las rendijas de la madera cuarteada.
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