Le pedí al médico veterinario que, muy a pesar de los deseos de mi corazón, era mejor terminar con la vida de mi perro labrador que reposaba agonizante. Se me partió el alma al dar esa orden. Topín levantó la cabeza, clavó una triste mirada en los míos, apoyó su cabeza en mi antebrazo y suspiró profundamente.
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