Ustedes me escriben muchísimo, sus correos me proporcionan felicidad, preocupación cuando confían sus problemas, temores, angustias, dudas. Tengo en memoria la visita de aquel chico con VIH bueno como el pan, pero tan resignado; quería conocerme, confió en mí, su muerte dos meses después me afectó durante varias semanas; recuerdo a aquella chica machaleña, culta, emotiva, a punto de tragar pastillas porque sus padres la botaban de la casa bajo el cargo de que se había declarado lesbiana.
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